A veces, mientras buscamos tantas cosas por tantos lugares distintos, dejamos de percibir el valor de una de una de las cosas más lindas que podemos experimentar y apreciar; aquella belleza de lo natural, de lo cotidiano e inesperado, de lo que simplemente es por lo que es. Ese misterio espontáneo que completa el círculo.
Trabajé por mucho tiempo en algunas agencias de publicidad y entre las tantas tareas y proyectos desarrollados, muchas veces me tocó elegir a “las modelos perfectas para un aviso”, a los actores perfectos para un comercial, a la mamá perfecta para un guión, la voz perfecta para una frase de radio, y así en muchas ocasiones simplemente iba fortaleciendo más y más esa versión del mundo que erróneamente penetra en nuestra mente como la representación más fiel de todo lo que nos rodea.
Sin embargo, torpemente, estaba pasando por alto aquella verdad tan poderosa y simple que es innegable; aquella belleza que portamos por ser simplemente quienes somos. No lo que otros quieren que seamos, ni lo que queremos ser para otros, sino quienes somos por nosotros mismos. Ni nuestros logros, ni nuestro ego, ni nuestros títulos, ni las cosas que tenemos o dejamos de tener.
Entre los tantos contrastes y sorpresas de la vida, terminé retratando a esta mujer junto al río Ganges en Varanasi, India, y hace algún tiempo revisando algunos retratos me encontré con esta foto que me recordó la belleza que porta la escena, como sacada de una película; sin guión, sin actores perfectos ni diálogos pre concebidos. Con todo el misterio que la rodea y lo sublime que nos regala por ser simplemente ella en el momento más natural del mundo, en una foto totalmente inesperada que jamás hubiese resultado a propósito.
Claudio.
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