A veces una simple mirada cambia todas las perspectivas. Te conecta con lo profundo y te presenta aquella realidad nunca antes vista. Es ahí cuando sé que lo que está frente a mis ojos vale la pena compartir con el mundo o al menos guardar ese pedacito de tiempo-espacio para mí. Es ésa la belleza de la que quiero hablarles hoy; La de la vida simple, de aquella realidad brutal, distinta y ajena.
Así parte esta historia:
Trabajé los últimos 12 años de mi vida en la industria publicitaria chilena. Estudié Publicidad para dedicarme a la redacción creativa, lo que me llevó por agencias como BBDO, Porta y algunas otras oficinas independientes de la industria local. Gané algunos premios en festivales de creatividad nacionales e internacionales, me convertí en Director Creativo, escribí campañas de radio, avisos y comerciales, y tuve la oportunidad de conocer de cerca la estrategia de los medios de comunicación, la consolidación de las pujantes estrategias de consumo masivas y los actuales estándares de belleza y de vida que podemos apreciar en la pantalla, aún cuando la realidad de nuestro país y de gran parte del mundo está a años luz de poder solventar dichos estilos de vida.
Y es que hay historias que no duran...
Mientras todo esto ocurría, en mi interior nacía una chispa que iluminaba otro camino. No el de las grandes producciones publicitarias, ni el de los abultados presupuestos para hacer fotos con rostros de la TV… Nacía un camino más humilde y silencioso; el de la búsqueda de la realidad a través de la fotografía, de lo orgánico, de las miradas verdaderas, de los rostros naturales, de las historias que hay que salir a ver sin vendas en los ojos.
Y mi necesidad fue tan grande que decidí dejar de lado todo lo que estaba haciendo en ese momento e ir en la búsqueda de algo más; Necesitaba equilibrar mi balanza.
Entonces decidí tomarme un año sabático, dejar el departamento en el que vivía, vender todo y salir a recorrer los lugares donde creía podría encontrar aquello que buscaba, tanto afuera, como adentro de mí.
INDIA
Aterricé en Nueva Delhi un primero de diciembre con una mochila, mi cámara, un par de lentes y una guitarra “de palo”.
Apenas puse un pie en la calle supe que estaba en el lugar correcto, y aunque el choque cultural podría ser tremendo para cualquier persona, me sentí extrañamente como en casa. El fuerte olor a incienso, la contaminación de unas de las ciudad más pobladas del mundo, el ruido ensordecedor, los tumultos de gente llenando cada rincón, los tuk tuk, las vacas, los niños, las mujeres, los hombres y la bella locura de una de las culturas más ricas y antiguas del mundo me daban la bienvenida.
Y aunque todo era nuevo, algo llamó mi atención desde el primer segundo: las miradas y rostros de las personas; Se podía saber lo que te iban a decir y lo que estaban pensando tan solo viendo sus ojos.
Pude apreciar este fenómeno tanto en Nueva Delhi, como en Dharamsala (tierra del Dalai Lama en exilio), Rishikesh, Amritsar y Calcuta, entre otras tantas ciudades y pueblos. Y es que a pesar de su pobreza y grandes contrastes, la riqueza de India está en sus personas y la cultura que llevan dentro de ellos.
Muchos puede tener muy poco, o nada material, pero su espiritualidad compensa de sobra la falta de recursos.
Una de las cosas que más me impresionó de las personas es la tremenda capacidad de diferenciar la pobreza de la miseria, o falta de felicidad. Son portadores de una energía mágica, y aunque como todos lados también hay gente no tan “santa”, mi experiencia me conectó de una manera profunda con esa bondad.
En India sus “religiones” son más una filosofía que un cuento, como ocurre por estos lados.
En India viven sus creencias cada segundo bajo la ley del karma y están lejos de celebrar a sus dioses una vez a la semana y de la boca para afuera, como ocurre en muchas otras culturas. La mayoría actúa en conciencia con el otro, como si el otro fuera uno.
Mi paso por India estuvo marcado por momentos mágicos no sólo por su hermosa geografía y naturaleza, sus ríos sagrados (Ganges), sus montañas (Himalayas), colores e historia, sino que por las personas que habitan aquel vasto territorio.
Escuché atenta y respetuosamente acerca de su incontable número de dioses, de la trinidad de la creación, de los santos en las montañas, los iluminados, los renunciados y los seres supremos; sin embargo también presencié como las mismas personas en números de cientos de miles se ofrecían y trabajaban como voluntarios en templos, escuelas, hospitales y decenas de otros lugares, cocinando, lavando platos, pelando vegetales, enseñando, construyendo, sanando, escuchando y/o simplemente estando a disposición del otro. Ahí descubrí a los Dioses de la India de los que escribo hoy; Personas que están cambiando el mundo, o si lo quieres poner de un modo más discreto; su propio mundo.
Conocí la mayor fuerza que rige este universo, que es el amor desinteresado e incondicional por el otro. La tremenda belleza de la fuerza de voluntad. El incalculable valor de las personas que habitan un país tan grande como un continente, portadores de una sabiduría milenaria y en muchos casos de una austeridad sobrecogedora.
Lo que buscamos en lo desconocido, muchas veces está frente a nosotros; y qué suerte la mía abrir los ojos y encontrarme caminando entre los Dioses de la India.
Namaste.
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